martes, 27 de noviembre de 2007

Comunicación y desarrollo social



Una apuesta desde los medios de comunicación comunitarios

Existe en el mundo una gran preocupación por entender de qué forma la comunicación incide en el desarrollo del hombre, en los procesos sociales y cómo los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información se han venido convirtiendo en factores determinantes de las relaciones que las personas sostienen con sus vecinos y con el mundo que los rodea.



La comunicación, en este sentido, viene siendo entendida en un paisaje social en el que los cambios constantes y los desconocimientos de otras formas de pensar, de actuar y de convivir, conforman unos nuevos ideales de sociedad que a su vez plantean nuevos escenarios desde los cuales actuar, lo que ha producido una serie de transformaciones en los tiempos y los espacios en que se produce, circula y se apropian los conocimientos y los saberes.



La comunicación no es sólo la herramienta que nos permite comunicar cosas; es un proceso mucho más amplio y más profundo. La comunicación es diálogo, es interacción, es construcción colectiva, y ello implica que todos podamos hablar y sepamos escuchar. No puede existir comunicación si solamente se habla, si se pretende no escuchar al otro, no reconocer que él también tiene algo que decir.



Y para que exista comunicación comunitaria, popular, se deben mirar los procesos comunicativos que se dan en nuestros barrios, en las calles, en las tiendas, la que desarrolla el vendedor ambulante, el voceador, el grafitero, el joven que recorre las calles con su parche y que construye un lenguaje propio, un lenguaje que aunque nos parezca fuerte, extravagante o absurdo es el suyo, el que ha construido con su grupo para nombrar el mundo, para entenderlo, para ritualizarlo.



Es allí donde la comunicación se puede convertir en una acción liberadora, en un ejercicio de poder. Cuando nuestros vecinos, nuestros jóvenes, nuestros adultos y adultos mayores, nuestras mujeres, nuestros niños, nuestros afros y nuestros indígenas y demás sectores y grupos sociales hablan con su propio lenguaje, de sus propios temas, con sus dichos y acentos, en ese momento entendemos que no todo se puede volver mercancía, que existen diferentes modos de pensar y de hablar y que por más que lo pretendan los dominadores, no podrán destruir la viveza de la palabra y la memoria que ella representa.



Las grandes empresas de la comunicación masiva aún no lo han entendido. Así como nos trajimos el lenguaje del campo y del río; así como no renunciamos a las historias de los abuelos; así como mentamos el mundo primigenio con nuestro propio lenguaje (que la bolsa de mano siga siendo el joto, y que nos sigan llamando sumercé), así mismo nos resistimos todos los segundos de todos los minutos de todas las horas de todos los días a hablar como lo hacen en las novelas mexicanas y venezolanas, en las series y películas gringas, o en los documentales europeos. Aunque no todos, hay que reconocerlo. Se evidencia entonces, como lo señala una compañera de la Red, que “la ética de los medios masivos es una ética comercial. Por eso nos llenan de novelas, de secciones de farándula y de reinados de belleza, para distraernos.”



Frente a este contexto, el desarrollo de la comunicación está determinado, en gran medida, por lo que se hace, se vive y se piensa, por lo que se critica, se quiere y se reprueba en cada momento histórico. Ver la comunicación a la luz de los movimientos de la historia nos permite valorar y contextualizar sus procesos en relación con la evolución de las dinámicas socioculturales, políticas y económicas de cada época, así como observar las relaciones sociales que posibilita o que niega.



A partir de estas valoraciones frente a las dinámicas comunicativas predominantes han surgido, al interior de las comunidades, otros tipos de comunicación menos aparatosos e instrumentales, más participativos e incluyentes, unas nuevas formas interpretar y asumir la comunicación desde el trabajo cotidiano y con herramientas casi artesanales.



Se ha imaginado una sociedad más incluyente, más soberana, autónoma y solidaria; y se ha asumido una comunicación que reconoce lo que gente piensa y habla: “creo que nosotros como comunicadores populares no podríamos ser comunicadores imparciales -dijo una compañera. Al contrario, debemos estar junto a lo nuestro, defender lo que es lo nuestro, asumir una posición por lo nuestro y en favor de lo nuestro”.



Hay que seguir reivindicando desde todos los escenarios, en todos los espacios y por todos los medios la importancia de la comunicación popular, lo que ella nos permite para la construcción colectiva, organizada, dialogada y participante, pero sobre todo el privilegio que deben tener las personas sobre los procesos, ya que son ellas las que soportan las cargas sociales, culturales, políticas, económicas, del conocimiento y las relaciones de poder desde las que se fundan nuevos modos de asumir al otro, a la sociedad y a la comunicación misma.



Se hace necesario continuar discutiendo, proponiendo y aplicando una nueva comunicación en nuestras comunidades (nueva no porque nos la hayamos inventado sino porque hasta ahora la estamos asimilando y aplicando sistemáticamente). Si se quiere y se acepta, se podría hablar incluso de reinventar la comunicación, teniendo en cuenta su importancia en el quehacer político y en la contribución que hace a la reconstrucción de nuestras colectividades, su presencia permanente e intervención íntima en lo social, en la familia, en la escuela, en la iglesia, en la ciudad.



Como lo señala un joven participante, “ese disfraz de la imparcialidad sobre la que trabajan muchos medios de comunicación, hace que no se genere duda sobre las posturas de estos medios. Al final no vamos a estar informados sino que nos dejamos llevar por la trama de las palabras. Por eso me parece muy cierto el postulado del periodista Bielorruso Ryszard Kapuscinski cuando dice que en el desarrollo del ejercicio periodístico la imparcialidad no va a existir, pero si debe existir la ética.”



Pensar en esta línea es entrar a controvertir los conocimientos y las prácticas socioculturales, políticas y económicas de la sociedad de consumo y oponerse a los centros de poder, porque es comenzar a concebir la comunicación como instrumento de poder popular que posibilita concebir nuevas imágenes de mundo, de comunidad y nuevas formas de participación y relación desde las cuales también compartir y construir la sociedad de manera colectiva. Esto nos lleva a pensar en que los usos y apropiaciones de la comunicación tienen una gran trascendencia en el ámbito comunitario, ya que desde allí se pueden promover otros lenguajes, mensajes y códigos de lectura social frente a los cuales las grandes burocracias y los pretenciosos monopolios han sido evasivos.

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Bogotá, Cundinamarca, Colombia
Proyecto CEIS - Colectivo de Estudios e Investigación Social- se inscribe en las lógicas de la organización social de carácter popular, asumiendo una postura crítica frente a su contexto político, económico y sociocultural. En Proyecto CEIS confluyen experiencias de gestoras y gestores sociales que han desarrollado trabajo comunitario por más de 10 años, y sintetiza una posibilidad de acción colectiva dirigida hacia la reflexión, orientación y consolidación de poder popular. En el camino los gestores de Proyecto CEIS han sido investigadores, defensores de derechos humanos, docentes, animadores de procesos de fortalecimiento de lo público, facilitadores en procesos de formación, promotores socioculturales, entre otras actividades propias del trabajo social comunitario. Contactos en: proyecto.ceis@gmail.com